miércoles, 13 de noviembre de 2019

Las aceras un problema de nunca acabar.


Calles y aceras

Por años hemos visto publicaciones con posibles soluciones para la cuestión de "las calles" y "las ciudades".  Sin hacer una lista, se han inventado muchos conceptos o epítetos para estas propuestas.  Hay inquietud antigua y permanente sobre ellas.

Una bastante antigua es la retórica de "lo local", que sigue siendo, al cabo de mucho tiempo, una posibilidad.  En materia urbana, quizá algunos grupos vulnerables mueven a acción a ciertas autoridades o políticas públicas, como en el caso de las aceras en los que una ley -o un decreto más bien- "garantiza" que no pueden tener un ancho inferior a 1.20 m.  Lo cual se ha convertido en ley por sí mismo: las entidades de "lo local" se han concentrado en que ninguna acera tenga un ancho superior a 1.20 m, dado que el tribunal constitucional se atiene a él pero, eso sí, en atención solamente a cierta población vulnerable.  Para otros ciudadanos, no hay derecho constitucional ni siquiera a ese ancho mínimo.

Últimamente, se han visto dos movimientos o propuestas que aluden a grupos poblacionales que podrían calificar como vulnerables, quizá pensando en mover a acción o políticas públicas.  "Ciudades amigables con las personas mayores", y "Ciudades para los niños", concepto éste que se asocia a un experto italiano apellidado Tonucci que visitó hace unos meses el país.  "Si una ciudad es buena para los niños, lo será para cualquier otra persona", dijo en una entrevista.

Quizá los niños sean una de esas últimas esperanzas también en materia urbana. "Ahora los vehículos tienen más derechos que las personas", dice Tonucci.  Sobre los adultos mayores, ya va para diez años la propuesta del director de nuestra clínica de Santo Domingo, para crear rutas seguras o "corredores" en la ciudad.

Sobre la gran importancia de los niños, que no puede ser sobrevalorada, leí en un libro publicado hace dos decenios, de la hermana sor Emanuelle Maillard, un pasaje del Padre Pío.

"El padre Pío veía lo invisible.  Cuanto más se identificaba con Cristo en su cuerpo y en su alma, más descubría, maravillado, la belleza de los niños y el papel primordial que ellos están llamados a tener en estos tiempos en que la aplastante mayoría de la humanidad ha perdido todo rastro de Dios.  Le gustaba repetir: "¡Los niños salvarán al mundo!". Un día, sintiendo que su vida se apagaba, llamó a un joven hermano de su convento en el que presentía un alma de fuego:
"Andrea -le dijo-, escúchame con atención: bastarían cinco millones de niños para salvar al mundo. Tú, cuando yo ya no esté, forma grupos de niños. Hazlos orar, adorar, enséñales a hacer sacrificios.  Que todos se consagren al Corazón Inmaculado de María.  Ahora esto es lo más importante."

Quizá tengan razón estos visionarios. Pero, ¿serán escuchados? ¿se seguirá su consejo en forma de acción pública real y efectiva?  El hermano Andrea no se quedó de brazos cruzados; lentamente, veinticinco años después confesó a sor Emmanuelle: "Ya tengo un millón de niños, ¿dónde conseguiré los demás?"  Era todo un movimiento, pero tenía a su favor que no era una cuestión de política pública.

En materia urbana quizá debemos esperar en los cambios tecnológicos y en otros cambios de la sociedad, porque hasta ahora la acción pública ha sido una posibilidad.

Atte. Juan E. Cruz A.       12 noviembre 2019