miércoles, 28 de enero de 2015

La Quintana

Artículo escrito y publicado por don Omar Azofeifa  Bolaños que de Dios Goce, el 1 de enero de 1990. Un nostálgico escrito que queda como legado para que las futuras generaciones de domingueños recuerden esa zona del cantón y para que los actuales residentes junto con los regidores y síndicos de la Municipalidad de Santo Domingo nos dé vergüenza de la destrucción que se ha realizado de gran parte de la zona cafetalera que servía como recarga acuífera.


"En varios artículos anteriores he citado el nombre de La Quintana. Por lo tanto, quiero explicarles a los lectores cómo un pedazo de tierra significa tanto para un pueblo.
Estas tierras fueron dadas al alférez don Sebastián de Zamora que, en segundas nupcias, se casó con doña Luisa de Quintana. Del nombre de doña Luisa deriva el de una región situada al este de San Pablo y al norte de Santo Domingo de Heredia. Lugar en donde con toda seguridad estuvo la casa de doña Luisa.
Bueno, doña Luisa Quintana dejó el nombre a estas tierras, las cuales han sido un medio de subsistencia, de aventura, de juegos, para una gran parte de la población de Santo Domingo, San Pablo y San Isidro de Heredia.
La Quintana, allá por las décadas de los cincuentas y sesentas, era un inmenso cafetal con potreros, entrecruzados por una serie de "caicillas" y trillos que iban de la calle Ronda, límite entre la ciudad de Santo Domingo y los cafetales, hasta San Isidro y San Pablo. La caicilla del Colorado y los Tubos, las de los Vindas, la comunicaban con San Pablo. La caicilla de los Cases y la de don Pedro la comunicaban con San Isidro. Había otras caicillas, como la del Barro de Olla, la de la Mariquita, la de doña Tana, Benjamín, etc.
En estas épocas estas tierras proveían de trabajo (jornaleros, cogedores de café) y leña, guineos, bananos, plátanos, verduras, cases, naranjas, a gentes de los pueblos citados.
Era una extensión despoblada, limitada al oeste por el río Bermúdez y al éste por el río Turis, al sur por la calle Ronda y a la calle del Guacalillo. Al norte llegaba hasta la calle del Uriche a San Isidro.
Éramos como siervos de la gleba, casi sólo La Quintana era fuente de trabajo. En las fincas de los Chales, luego, Rohrmoser, Montealegre, los Sánchez, dejamos el sudor, las fuerzas de nuestro trabajo. Ahí aprendimos a ser hombres; muchos se casaron con novios o novias que conocieron en la recolección del café.
En ese despoblado habitaron y habitan algunos que son parte de la historia misma y el recuerdo de La Quintana. Recordamos a doña Tana, don Antonio, Danilo, Manuelillo Bolaños. Una casa en el centro de los cafetales donde nos proveíamos de agua y guardábamos los canastos.
La figura flaca de "Miguel Bolaños (Tonga) con sus rollos de hojas para vender en las carnicerías de San José. Los Ramírez, los Arce, los Rodríguez, los Bolaños, fueron familias que nos criamos, ahí en esos cafetales de La Quintana.
Hoy, estas tierras van dando paso al progreso, el cual poco apoco va destruyendo la historia y los recuerdos. Ya no hay caicillas de barro y zacate; ahora son carreteras pavimentadas y lastradas; las ciudadelas, las fábricas, los colegios, van robando cada día más cafetales. Ya la gente de Santo Domingo no recolecta el café; ahora vienen camiones llenos de gentes de los barrios del sur, desocupados; ya no hay frutas. Estas gentes ni las dejan madurar. En enero hay que coger el café verde porque la gente y los compradores de café se lo roban.
De La Quintana sólo quedara el nombre en el recuerdo y el corazón de todos aquellos que vivimos ahí."