Calles y aceras
Por años hemos visto publicaciones
con posibles soluciones para la cuestión de "las calles" y "las
ciudades". Sin hacer una lista, se han inventado muchos conceptos o
epítetos para estas propuestas. Hay inquietud antigua y permanente sobre
ellas.
Una bastante antigua es la retórica
de "lo local", que sigue siendo, al cabo de mucho tiempo, una
posibilidad. En materia urbana, quizá algunos grupos vulnerables mueven a
acción a ciertas autoridades o políticas públicas, como en el caso de las
aceras en los que una ley -o un decreto más bien- "garantiza" que no
pueden tener un ancho inferior a 1.20 m. Lo cual se ha
convertido en ley por sí mismo: las entidades de "lo local" se han
concentrado en que ninguna acera tenga un ancho superior a
1.20 m, dado que el tribunal constitucional se atiene a él pero, eso sí, en
atención solamente a cierta población vulnerable. Para otros ciudadanos,
no hay derecho constitucional ni siquiera a ese ancho mínimo.
Últimamente, se han visto dos
movimientos o propuestas que aluden a grupos poblacionales que podrían
calificar como vulnerables, quizá pensando en mover a acción o políticas
públicas. "Ciudades amigables con las personas mayores", y
"Ciudades para los niños", concepto éste que se asocia a un experto
italiano apellidado Tonucci que visitó hace unos meses el país. "Si
una ciudad es buena para los niños, lo será para cualquier otra persona",
dijo en una entrevista.
Quizá los niños sean una de esas
últimas esperanzas también en materia urbana. "Ahora los vehículos tienen
más derechos que las personas", dice Tonucci. Sobre los adultos
mayores, ya va para diez años la propuesta del director de nuestra clínica de
Santo Domingo, para crear rutas seguras o "corredores" en la ciudad.
Sobre la gran importancia de los
niños, que no puede ser sobrevalorada, leí en un libro publicado hace dos
decenios, de la hermana sor Emanuelle Maillard, un pasaje del Padre Pío.
"El padre Pío veía lo invisible. Cuanto
más se identificaba con Cristo en su cuerpo y en su alma, más descubría,
maravillado, la belleza de los niños y el papel primordial que ellos están
llamados a tener en estos tiempos en que la aplastante mayoría de la humanidad
ha perdido todo rastro de Dios. Le gustaba repetir: "¡Los niños
salvarán al mundo!". Un día, sintiendo que su vida se apagaba, llamó a un
joven hermano de su convento en el que presentía un alma de fuego:
"Andrea -le dijo-, escúchame con
atención: bastarían cinco millones de niños para salvar al mundo. Tú, cuando yo
ya no esté, forma grupos de niños. Hazlos orar, adorar, enséñales a hacer
sacrificios. Que todos se consagren al Corazón Inmaculado de
María. Ahora esto es lo más importante."
Quizá tengan razón estos visionarios.
Pero, ¿serán escuchados? ¿se seguirá su consejo en forma de acción pública real
y efectiva? El hermano Andrea no se quedó de brazos cruzados; lentamente,
veinticinco años después confesó a sor Emmanuelle: "Ya tengo un millón de
niños, ¿dónde conseguiré los demás?" Era todo un movimiento, pero
tenía a su favor que no era una cuestión de política pública.
En materia urbana quizá debemos
esperar en los cambios tecnológicos y en otros cambios de la sociedad, porque
hasta ahora la acción pública ha sido una posibilidad.
Atte. Juan E. Cruz A. 12 noviembre 2019
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