El rastro
engañoso
El narrador nos lleva al mundo
mágico de los cuentos. El abuelo, quien
se encuentra en suelo domingueño, le
transmite a sus nietos las peripecias vividas
en Zarcero. Primeramente él y su hermano Miguel habían hecho un denuncio en este pueblo y
decidieron hacer una “socola” para sembrar frijoles.
Un día que regresaba el abuelo al
rancho encontró al perro “Capulín” muy asustado y vio chorros de sangre que
llegaban a la cocina. Supuso que su hermano Miguel se había matado al verse tan
solo, más que un mensaje escrito de “Eloísa” estaba untado de sangre. Ya
estábamos informados de que Miguel había tenido enredos con una mujer de Cirrí
de Naranjo, y por eso se lo había llevado a “ voltiar montaña”.
El abuelo se metió un par de
tragos de ron para tener valor y “Capulín” lo dirigió a la quebrada. Allí
encontró a Miguel con la camisa llena de sangre, atolondrado, pero vivo. Luego
con la ayuda de un vecino lo juntaron y lo llevaron al rancho.
¿Qué había pasado? Pues Miguel un
poco más calmado les contó. Un tepezcuinte se metió a la
casa y, aunque le costó mucho, lo había matado. Después se metió unos
“caitazos” y se fue a la acequia a lavarse la sangre.
Mientras la carne se cocinaba,
llegó Tino Solís a entregarle el papel con el recado del nacimiento del hijo de
Miguel.
Al final del cuento, el abuelo
miró la desteñida piel del animal colgada en la pared de su casa en Santo
Domingo de Heredia y la abuela guardó la aguja en el costurero. Terminó así una
de las tantas historias que nos contó el abuelo a mi hermana y a mí en aquellas
tardes lluviosas domingueñas.
Lunes 29 de febrero 2016 GRUPO CIVICO DOMINGUEÑO
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