El Prof. José Amado Hernández
Salazar ha sido un maestro de muchas
generaciones de domingueños. Con su ejemplo de servicio a la comunidad rescata
lo mejor del voluntariado domingueño que ha
hecho grande este Cantón. Ha
escrito canciones e himnos que se recogen en esta misma página en escritos anteriores y es el creador del Himno al Cantón de Santo
Domingo de Heredia.
Ahora incursiona en el campo de
la literatura y tiene, entre otros, una serie de cuentos cuyos títulos
son: Una Odisea sin Ulises, El rastro
engañoso, Inesperado retorno, La sotana, El sarape, La lección, El viejo, El
gusano e’ratón.
A continuación ofrecemos un resumen de uno de
sus cuentos, para que usted, estimado
lector lo valore y haga llegar sus comentarios.
Una Odisea domingueña
El sol, aunque era de mañana, se
sentía fuerte dadas las latitudes donde se encontraban. Una pesada danta
apareció de pronto debajo de unos enormes bambúes, mientras un grupo de congos
se balanceaban en las ramas de un ojoche. A lo lejos el canto de un jilguero
acariciaba el oído con su afinado flautín. Y así los extasiados viajeros, chuzo
en mano, guiaban sus carretas con
destreza y voluntad.
Tenían que llegar a la Aduana
provisional que el Presidente Tomás Guardia construyó al otro lado del Río
Sucio. Tendría que hacerse así, pues un buen tramo de la vía férrea cerca de
Siquirres se estaba deslizando a causa de la lluvia caída días antes; por ese
motivo se tuvo que recurrir al servicio de la “línea vieja”.
El padrecito de Santo Domingo de
Heredia-Reverendo Sacerdote Benito Sáenz y Reyes- los había escogido para
transportar una delicada carga. Boyeros honestos, trabajadores, con las manos
callosas, valientes, fuertes: Cleto Ramírez, Juan Chaves, “Chepe” Bolaños,
Macario Campos, Dolores “Lolo” Arce, “Lico” Azofeifa, Quírico González, Juan
Cortés, Justino Vargas, Ananías Zamora y otros más.
Días y noches en ese recorrido.
Las chontas, carrizos y helechos arbóreos, así como las delgadas palmileras
formaban un espectáculo gratísimo a los ojos de los boyeros, quienes en su
mayoría nunca habían visto cosa igual. Las candelillas, con sus destellos,
parecían contestar las señales luminosas que, del otro lado, lanzaban algunos
cocuyos, en tanto que se escuchaban algunos graznidos de algún misterioso
pájaro nocturno. Más abajo, el arroyo hacía cantar el agua cristalina y el
viento jugaba con las hojas de los árboles.
San Isidro, San Josecito, San
Luis, San Jerónimo, el “Paso de la Palma”, el “Cerro Zurquí”, los llevaba hacia
el “Camino de Carrillo”. Lugares que fueron quedando atrás hasta divisar al
otro lado del Río Sucio la Aduana que, con su techo rojo y sus paredes recién
pintadas reflejaban el sol, cuyos rayos se volvían a esa hora candentes y
quemantes sobre sus cabezas.
Un hombre bajito con espejuelos y
patillas largas preguntó por el responsable del acarreo y, después de girar
instrucciones sobre el cuidado y cómo se debía colocar la mercancía, hizo que
Cleto estampara una cruz a manera de firma en un grueso talonario celeste con
borde colorado. Los cajones rectangulares decían “MADE IN BELGIUM”. Los boyeros
especularon sobre su contenido: podrían ser las partes de un altar, la pila
para el bautisterio, andas para la imagen del Nazareno del Consuelo…
Catorce cajones de madera de pino
nórdico fueron colocadas en las carretas transformadas en plataformas por un
Carpintero que se dirigía a Batán. Una sombra milagrosa los cubrió.
Ya en el camino de regreso, los
grillos sonaban sus violines, las lechuzas agitaban sus maracas, se oía el
quejido de un “estucurú”. De nuevo las chontas, los carrizos, los helechos arborescentes y delgadas
palmileras iban adornando el paso de la comitiva; en tanto que unas gongolonas
revoloteaban encima de una macolla de caña india. También las aves, una vez
más, formaron un concierto multifónico en loor al Dios de la Creación.
El grito de dolor de uno de los
muchachos picado por un alacrán y atendido con guaro, el sacrificio de uno de
los novillos atacado por la infección, la partida del eje de una carreta, ríos
crecidos, carretas atascadas en el lodo del río, la muerte de Cucho-el perro-
por la rueda de una carreta fueron acontecimientos que los unió más como grupo
y como amigos.
Los babeantes hocicos de los
animales dejaban ver el cansancio que se trasladaba a los valientes boyeros,
quienes se asomaban ya a la Calle Ronda. Muchos domingueños los esperaban con
banderitas blancas y amarillas, ordenados a ambos lados de la calle y los
siguieron hasta llegar al monumental templo que tenía cuatro años de construido
y que posteriormente sería declarada Basílica. El Reverendo padre Don Benito
Sáenz y Reyes conmovido y emocionado los recibió y bendiciéndolos dio gracias a
Dios por haberlos traído sanos y salvos a todos, excepto al buey de Lolo y al
perro de Cleto.
Todos los boyeros fijaron su
atención y reconocieron aquel
carpintero sin cuya ayuda no hubieran podido transportar aquella preciosa
carga.
Las cajas, a ruego del venerado
sacerdote, una a una y con mucho cuidado fueron llevadas entre todos,
deslizadas sobre polines , hasta llegar al lugar seleccionado.
El 4 de agosto de 1896, cinco
meses después de la odisea, en la misa pontifical, ofrecida en honor del Santo
Patrono Santo Domingo de Guzmán, bajó el cielo
a la tierra, por medio de las sublimes notas del magnífico órgano
tubular acompañado de los bellos y melodiosos cantos al DIOS que tanto amor y
bondad derramó y sigue derramando sobre sus hijos domingueños.
AUTOR: José Amado Hernández Salazar
Miércoles 27 de enero del 2016 Grupo Cívico Domingueño
La traída del órgano, 120 años. Gracias don Amado. Muchas gracias por sus interpretaciones con don Jesús Rojas (q.d D. g.), doña Elba, y lástima que no han estado con Ud. Marielos Vargas, de tan hermosa voz, o Noé Marín, cuya potencia es digna de escenarios.
ResponderBorrarSegún contaba mi mamá, la imagen de Santo Domingo fue adquirida en 1941, para el cincuentenario de la Basílica, por lo cual tendrá ya 75 años. La anterior, decía ella, es la que se participa en las procesiones. También el fresco de Cristo Rey es de ese año.