miércoles, 2 de marzo de 2016

Don Amado Hernández, nos deleita ahora con un nuevo cuento: “El rastro engañoso”. El texto nos enseña que a veces lo aparente no es lo verdadero. Le ofrecemos, estimada lectora o lector, un resumen de esta narración, con la esperanza de que muy pronto pueda leerlos todos juntos en un libro que Don Amado publicará. Sus comentarios serán muy bien recibidos por todos nosotros. Santo Domingo es cuna de grandes intelectuales y escritores como don Isaac Felipe Azofeifa. Por ahora presentamos a continuación el argumento de esta creación. El texto reproduce el lenguaje de los personajes y está contado de manera literaria e interesante. Felicitamos a don Amado por este esfuerzo creativo.

                              El rastro engañoso

El narrador nos lleva al mundo mágico de los cuentos. El  abuelo, quien se encuentra en suelo domingueño,  le transmite a sus nietos las peripecias vividas  en Zarcero. Primeramente él y su hermano Miguel  habían hecho un denuncio en este pueblo y decidieron hacer una “socola” para sembrar frijoles.

Un día que regresaba el abuelo al rancho encontró al perro “Capulín” muy asustado y vio chorros de sangre que llegaban a la cocina. Supuso que su hermano Miguel se había matado al verse tan solo, más que un mensaje escrito de “Eloísa” estaba untado de sangre. Ya estábamos informados de que Miguel había tenido enredos con una mujer de Cirrí de Naranjo, y por eso se lo había llevado a “ voltiar montaña”.

El abuelo se metió un par de tragos de ron para tener valor y “Capulín” lo dirigió a la quebrada. Allí encontró a Miguel con la camisa llena de sangre, atolondrado, pero vivo. Luego con la ayuda de un vecino lo juntaron y lo llevaron al rancho.

¿Qué había pasado? Pues Miguel un poco más calmado les contó. Un tepezcuinte se metió a  la  casa y, aunque le costó mucho, lo había matado. Después se metió unos “caitazos” y se fue a la acequia a lavarse la sangre.

Mientras la carne se cocinaba, llegó Tino Solís a entregarle el papel con el recado del nacimiento del hijo de Miguel.

Al final del cuento, el abuelo miró la desteñida piel del animal colgada en la pared de su casa en Santo Domingo de Heredia y la abuela guardó la aguja en el costurero. Terminó así una de las tantas historias que nos contó el abuelo a mi hermana y a mí en aquellas tardes lluviosas domingueñas.



Lunes 29 de febrero 2016             GRUPO CIVICO DOMINGUEÑO